Stand Clear of the Closing Doors, Please

miércoles, 24 de marzo de 2010


Siempre he sido bastante estricta con la puntualidad. No me gusta llegar tarde ni al trabajo ni a las citas y si por algún motivo eso sucede procuro siempre avisar antes. Sin embargo, desde que puse los pies aquí es raro el día que llego puntual a algún sitio. La respuesta a tan magna  catástrofe es clara: el metro.
A menos que no seas un ricachón con chofer las veinticuatro horas de tu vida, en esta ciudad no hay más tu tía que subirse al metro cada día. Uno de los aspectos más sorprendentes es que a primera hora el vagón está prácticamente en silencio. La gente no habla entre ella y todo el mundo se aísla con su iPod o su libro (o New Yorker).  A algunos les parecerá triste, a mi me pareció una bendición puesto que mi cerebro necesita unas tres horas para reengancharse a la vida  de buena mañana.  Otro de sus curiosidades es que no tiene cobertura, con lo cual ya he tenido pesadillas sobre qué hacer si algún día hay una catástrofe bajo tierra. (Nota para los no iniciados: En el metro de Barcelona sí hay cobertura y el año pasado me convertí en una experta en arreglar el mundo vía conferencia telefónica desde el subsuelo)
El metro de Nueva York es el más grande de Estado Unidos y uno de los más grandes del mundo. Con  468 estaciones y 1.056 kilómetros de vías de servicio,  a veces se me olvida que es equivalente al sistema ferroviario de un país. Además recordemos  que funciona las 24 horas durante todos los días del año. O, al menos, se intenta. Porque,  sin duda, uno de los momentos más trágicos del fin de semana, nunca pasa entre semana para que tengas la excusa de llegar tarde al trabajo,  es cuando bajas al andén de tu estación y te encuentras con el siempre temido papel amarillo colgando de la pared. Ese papel indica las modificaciones que sufren las líneas durante los días festivos, que pueden ser muchas y variadas.Y si vives en la parte alta de Manhattan te va a tocar pringar seguro. Anque aquí no hay rincón de la ciudad que se salve del castigo divino que son las obras en fin de semana.
Así que ante mi impotencia,  he asistido en numerosas ocasiones a cambios de líneas sin sentido,  a vacíos espacio temporales que hacen que nunca llegues a tu destino, a paradas del servicio porque el tipo que está sentado se ha puesto a vomitar o trenes que eran express se convierten en locales haciéndote conocer cada una de las estaciones de esta maravillosa ciudad subterránea que es el metro de Nueva York. Tras sufrir diversos ataques de hiperventilación, la Metropolitan Transportation Authority  (MTA) me ha enseñado una valiosa lección: la paciencia es la madre de la ciencia.  Y si no quieres llegar tarde a los brunch al sol, sal antes de casa, ¡guapa!

pd: Lo mejor cuando vas en metro es escuchar esta canción 


My Sunny Crush

martes, 9 de marzo de 2010

En Barcelona cae la nevada del siglo y llega el Apocalipsis polar. En Manhattan sale el sol.

Mi madre se queda sitiada en Mataró saliendo del trabajo, mi hermano aprende a deslizarse grácilmente sobre el hielo con sus sempiternas All-Stars, mi padre se queja vía chat de gmail de lo mal que va todo en la ciudad cuando aparecen las inclemencias del tiempo y mis amigas me envían fotos de Vallcarca City de blanco.

Yo salgo a pasear por Central Park disfrutando de la bonanza casi primaveral y de la compañía washingtoniana. Desde hace una semana gozamos de un maravilloso tiempo que nos hace olvidar los dos meses de frío polar y el agrietamiento progresivo de nuestra piel. 

Veo el sol entrar por la ventana, salgo a la calle con cara de boba enamorada y los primeros camiones de helados empiezan a dejarse ver por las vías cercanas a Bryant Park haciendo sonar machaconamente la banda sonora de “El golpe”. 

Dos meses de nieve me han convertido en una guiri cualquiera. Más bajita y menos espectacularmente arrolladora que las nórdicas que ocupan desconsideramente mi calle buscando el Park Güell pero con la misma imperiosa necesidad de enseñar carne ante un mínimo rayo de sol. Como siempre he sido tímida de cintura para abajo me conformo, de momento, con enseñar mis blancos brazos durante un maravilloso brunch dominguero. 

No sé si perdí algo en esta ciudad y espero encontrarlo, como dice Susana. Pero oiga usted estaré encantada de descubrirlo mientras estoy echada sobre la hierba de Central Park, me paseo por los rincones del Jardin Botánico del Bronx o miro las vistas de Manhttan desde Brooklyn Heights. OMG, I think I have a crush on you!