Blame Canada

lunes, 16 de agosto de 2010


Una de las bromas recurrentes antes de venir a Nueva York era “te pararán en inmigración y te llevarán al cuartelillo”.  He tenido que esperar hasta querer pasar la frontera que separa Estados Unidos y Canadá para vivir esa maravillosa experiencia que, gracias a Dios, no llegó a cacheamiento indecente.  
Supongo que los meses que llevo aquí me hicieron olvidar que estoy de prestado y que por mucho que una se sienta como pez en el agua no debe perder nunca de visita la burocracia estadounidense. Satisfecha de mí misma llegué a la frontera agarrada a mi pasaporte y mi visado.  Fue ahí donde una dura agente canadiense me informó que al no llevar mi formulario DS2019 que, glups!, había olvidado en casa no se me permitía pasar al país de la policía montada para ver las cataratas del Niagara. ¿La razón? Sin ese documento no pueden asegurar  que Estados Unidos me deje volver a entrar a pesar de tener un visado en regla. Y Canadá, of course, no quiere nuevos ciudadanos a lo polizonte.
Con el corazón encogido al ver la cara de incredulidad de mi familia que había hecho reservas al otro lado de la frontera,  la agente me mandó de vuelta al lado estadounidense con un “cutre papel”. Ella me aseguraba que si inmigración de Estados Unidos me lo firmaba, ellos me dejaban pasar para ver ese parque surrealista que han montado para explotar las cataratas. En mi mente aparecía de forma intermitente la imagen de Meg Ryan en “French Kiss” suplicando su nacionalidad canadiense.
Mis gestiones con el bando estadounidense no trajeron soluciones inmeditas. Él agente de la aduana me explica que por él no habría problema porque al día siguiente vuelva a los states pero quién sabe si él estará y quizás el agente de servicio ese día decide que me toca comer sirope de arce el resto de mi vida. De repente nos requisa los pasaportes y me envía a inmigración.
Tras dos horas de espera en una sala en la que se acumulaban tantas nacionalidades como en las Naciones Unides , conseguí que el señor agente me devolviera mi pasaporte. Previamente, el señor agente hizo una esmerada comprobación de mis datos con el antiguo, pero siempre eficaz, método de mirar diez veces de forma alternativa la fotografía del pasaporte y mi cara de “estoy-hasta-las-narices-de-tanta-tontería-quiero-mi-pasaporteYA” para asegurarse que éramos la misma persona.
Con la advertencia que no podía poner el pie en la tierra de Céline Dion cogimos nuestros bártulos y nos largamos a pedigüeñar asilo en cualquier hostal que nos acogiera y poder ver así Niagara Falls desde el lado estadounidense. Y oye, quizás no tiene casino, ni noria, ni torre alta desde la cual puedes ver el paisaje, pero te mojas igual cuando vas a ver las cataratas de cerca.



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